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LAS LECTURAS DEL CHE

por Amanda Terrero

Cuando Alberto Granados conoció al Che, éste aún era Ernesto, Pelao, o Chancho. Alberto tenía veinte años, el futuro guerrillero, apenas catorce. Pero fue su capacidad de lectura a tan corta edad lo que más le asombró, según confesó muchos años más tarde, cuando ya el Che había muerto, a la investigadora Claudia Korol en su libro El Che y los argentinos.

“Yo al principio creía que era mentiroso. Decía ‘este muchachito me está engañando’, pero después discutíamos y me daba cuenta que sí lo había leído”, rememoraba Granados. También contaba que la lectura, para Ernesto, era una manera de aprovechar el tiempo de reposo durante sus crisis de asma.

El Che era un lector exhaustivo, de curiosidad incansable; un rasgo que le venía en los genes. Calica Ferrer, amigo de la infancia y compañero de viaje durante su segundo periplo por Latinoamérica, habló también con Korol sobre la familia Guevara de la Serna: “era gente que leía mucho, yo me acuerdo que Ernesto era un chico que siempre fue muy adelantado con respecto al conjunto de sus amigos en cuanto a lectura. Leía cosas que a nosotros ni se nos ocurría leer”, confirmó.

Desde muy joven, el luego llamado Guerrillero de América forjó un hábito de lectura que fuera consistente durante toda su vida. Su gusto literario, bastante ecléctico, tampoco lo abandonó. El cómo y el cuándo realizaban sus lecturas era variado; no había un lugar habitual, no tenía un ritual que ahora pudiera describirse, una posición determinada o una bebida por excelencia, salvo quizá un poco de mate amargo, para acompañar el acto de leer. El Che leía en todas partes: en su casa, en casa de amistades, en museos, en bibliotecas, en el transporte o en los cafés. Además, comentaba las lecturas que más le impactaban con sus amigos y hermanos, recomendaba volúmenes y promovía entre sus conocidos el interés por la lectura.

Para él, la lectura no era solo cuestión de ocio. Desde temprano fue parte de un método de aprendizaje, estructurado de manera inconsciente, que se fue fortaleciendo y expandiendo durante el resto de su vida.

La lectura era una de las caras de la moneda de su conocimiento, la cara teórica; la otra fueron los viajes, la práctica. Sobre esa unidad de pensamiento y acción, la doctora María del Carmen Ariet, coordinadora académica del Centro de Estudios Che Guevara, explica que a “esa coherencia, desde el punto de vista teórico, le sumaba la necesidad de una práctica, de reconocimiento, de sentirse seguro de que lo que pensaba podía tener un camino o una solución”.

Gracias a los documentos personales del Che, que se conservan en el centro de estudios que lleva su nombre, puede demostrarse que Ernesto adquirió desde muy joven la costumbre de escribirlo todo. Hacía índices de lecturas y, además, ponía en práctica lo que se conoce como lectura anotada; o sea, reflexionaba en papel sobre todo lo que leía. Los lugares para las anotaciones eran múltiples, diversos: tanto en el libro en cuestión, como en libretas de apuntes que aún se conservan en el Centro. Puede comprobarse en sus índices de lecturas de juventud, en los que se encuentran en los diarios de sus dos viajes por Latinoamérica, en los de la Sierra Maestra, Praga, África y Bolivia y también en las libretas de apuntes que reflejan, además, impresiones e interpretaciones sobre lo que leía.

El joven Che se inclinaba por la historia y la filosofía, títulos como La vida heróica de Madame Curie de Eve Curie, La verdadera historia de la guerra europea de Gustavo Kroneberg, La ley de Santo Tomás de Aquino y El discurso del método de René Descartes integran los índices de lecturas de su juventud. La poesía y la literatura hacían otro tanto; eran comunes autores como Rubén Darío, Calderón de la Barca, Dostoievsky, Dickens, Neruda, Dumas y Verne. Más adelante, se fueron incorporando las ciencias políticas, la medicina y la economía. Sus gustos evolucionaron y fueron más específicos en algunos casos. La poesía en general, sobre todo la francesa y la latinoamericana, se mantuvo como predilecta; De acuerdo con Aleida March, directora del Centro de Estudios Che Guevara, El Quijote y El Capital se convirtieron en sus libros de cabecera.

Su despacho personal, tal y como lo utilizaba en vida, se encuentra en el Centro de Estudios Che Guevara, ubicado en La Habana en la que fuera su vivienda en los años posteriores a 1962. Allí se preserva, además, su biblioteca personal, organizada por él mismo. Una gran colección de libros que llegaban gracias a regalos de amigos y conocidos, o de delegaciones internacionales que pasaban por el Ministerio de Industrias, o simplemente porque él los mandaba a pedir debido a un interés particular.

Existe evidencia de que algunos de estos volúmenes fueron préstamos de bibliotecas o de personas. Por ejemplo, una biografía de Trotsky en inglés, escrita por Deutscher y dedicada a Fidel Castro o el libro El presupuesto de la empresa, de Paul Loeb, con carta adjunta de Miguel Cossío que alude al préstamo y con sugerencias para la lectura.

También, hay en la colección, ejemplares dedicados al Che por autores de relevancia nacional e internacional como Blas Roca, Antonio Nuñez Jiménez, Raúl Roa, Roberto Fernández Retamar, Emilio Roig, Lisandro Otero, Juan Gelman, Pablo Neruda, León Felipe, Paul Sweezy, Gregorio Selser, Miguel Angel Asturias, León de Greiff y Silvio Frondizi.

Muchos de estos libros están anotados por él mismo, este fue un método recurrente desde su adolescencia. Esta colección de anotaciones al margen, o marginalias del Che, es la génesis de muchos escritos, discursos y estrategias políticas, económicas y militares que siguió en el desempeño de su trabajo como representante diplomático, ministro de Industrias, presidente del Banco Nacional de Cuba y guerrillero internacionalista.

Las marginalias del Che son actualmente objeto de una investigación de diploma de la especialidad Ciencias de la Información de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. La costumbre de la lectura anotada, el sistema de anotación, el contenido de estas anotaciones son algunos de los elementos en los que se profundiza. La conversación del Che con los libros se convierte en un documento de valor histórico y por lo tanto merece ser procesado y preservado consecuentemente. Este tipo de anotaciones son testimonio de la costumbre lectora del Che. Proporcionan la posibilidad de contextualizar en tiempo y espacio determinadas reflexiones que pueden verse reflejadas luego en obras concretas del Che y en la construcción de un sistema de principios y de conocimientos que siempre estuvo dispuesto a expandirse y perfeccionarse.

La lectura fue un componente importantísimo de la vida del Che; en ningún momento dejó de leer. Durante el breve período de prisión, y luego de clandestinidad en México, justo antes de partir hacia Cuba a bordo del yate Granma, Ernesto escribe a su madre en una carta publicada por su padre Ernesto Guevara Lynch en el libro Aquí va un soldado de América: “Pocas novedades puedo darte de mi vida, pues ahora solo hago un poco de gimnasia, leo una barbaridad…”. Años más tarde, según relata Aleida March en su libro Evocación. Mi vida al lado del Che, en los tiempos difíciles de las guerrillas en el Congo y en Bolivia, mandaba a pedir libros a Cuba constantemente.

El Che experimentó en varios momentos de su vida el encierro o la clandestinidad. Sus diarios y cartas, así como sus índices de lectura muestran que el pasatiempo favorito en esos períodos de aislamiento fueron los libros. En estos tiempos de pandemia, tenemos la certeza de que el primer consejo del Che hubiera sido la lectura, no solo como entretenimiento sino como herramienta para retar a la mente y para acceder a conocimientos que nos muestran una visión más completa y realista del mundo circundante.