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EL CHE TRAS EL VISOR

por Omar Valiño

Cuando nos detenemos en la iconografía de la familia Guevara de la Serna, allá en la Argentina entre finales de los años 20 y la década del 30 del siglo pasado, nos asalta la sensación de modernidad. No podemos radiografiar las ideas de esas personas, pero sí un ambiente, un comportamiento, para el cual no es difícil calcular los conceptos que lo atraviesan como ráfagas.

Siempre he creído determinante ese entorno para la formación y proyección del Ernesto, cuya trayectoria lo convertiría en el Che. Por eso no es extraño que, entre dichas costumbres y objetos, resalte la propia fotografía y entonces sea coherente la cámara fotográfica destinada luego a él.

No se trataba solo de la posibilidad económica de la familia de ponerla en sus manos, sino de la voluntad de facilitarle un instrumento. Lo mismo podría decirse, sucesivamente, de los libros, del deporte, de la radio, de la información, de la motocicleta…

Tampoco es difícil adivinar la apreciación de los padres por la inteligencia y las marcas de un carácter que se hacían notar de modo orgánico.

De allí la naturalidad con que la cámara se convertiría en herramienta para registrar el mundo, no solo para recordarlo. Fijar instantes de la naturaleza, la construcción social y la circunstancia humana pasaron de entretenimiento a interés, a otro recurso del método para completar el conocimiento. Y en vocación para escudriñarse a sí mismo, como una manera de mirarse en los autorretratos, seguramente con dureza, según su costumbre.

Si no resultó más fotógrafo el Che, fue porque se dedicó a luchador social, guerrillero, militar, diplomático, ministro y líder político, con el sello único que le imprimió a cada tarea en su fulgurante itinerario de vida. Pero, en ese camino, no abandonó la cámara, o hasta pidió una ajena en ocasiones, para sustentar una pasión atravesada de un ojo profesional, como podremos atestiguar en Che fotógrafo.

Organizada por el Centro de Estudios Che Guevara, el Ministerio de Cultura y el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, esta exposición, conformada e incrementada a lo largo del tiempo, ha podido apreciarse, de manera intermitente, en los cuatro puntos cardinales, pero ahora inicia un no menos importante recorrido por la Cuba que lo acogió como a un hijo, por la Isla a la cual marcó con fuego. Una llamarada de justicia, entereza, honestidad, genialidad, coraje, fueron cualidades suyas que atravesaron cada acción emprendida y cada escenario de combate, porque eso le dictaba aquel carácter conformado desde la infancia.

Con el mismo ahínco, su ejercitación como fotógrafo, menos conocida que otras aristas de su trayectoria, corrobora su alta condición intelectual. Podemos confirmarlo aquí si nuestra actitud ante cada imagen no se reduce solo a la contemplación del instante atrapado. Si, por el contrario, como exigía el pensador francés Roland Barthes, damos con el punctum de la fotografía: la profundidad que narra, el sentido que revela.

Che fotógrafo posee, además, otro enorme valor: el de colocar a las nuevas generaciones frente a figura tan bella y tan iluminadora y tan presente como Ernesto Guevara de la Serna. Diana del enemigo, que no ceja en el afán de construirle una leyenda negra, precisamente porque no puede sepultar la luz de quien supo poner el pellejo para defender sus ideas. La cobardía reinante en el mundo de la política, la sociedad y las actitudes humanas, tiembla ante su muerte en La Higuera. Sus últimas palabras, dirigidas a su asesino, constituyen un monumento que todo el pavor del mundo jamás podrá acallar: «Dispare, no tenga miedo. Usted va a matar a un hombre».

Era el mismo hombre tras el visor. El mismo ímpetu que apretaba el obturador. La ciclópea voluntad para aprehender la vida. Otra manera, todavía con él y con sus ojos, para ver el mundo.